EL SABADO: ¿Por que hacéis reposar al pueblo?

 ¿Por qué hacéis reposar al pueblo?

“Murieron José y sus hermanos, y toda aquella generación. Pero los hijos de Israel fueron fecundos y se hicieron muy numerosos; se multiplicaron y llegaron a ser muy poderosos. Y la tierra estaba llena de ellos.

Después se levantó un nuevo rey en Egipto que no había conocido a José, el cual dijo a su pueblo: «He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y fuerte que nosotros. Procedamos astutamente con él para que no se multiplique; no suceda que, en caso de guerra, también se una a nuestros enemigos, luche contra nosotros y se vaya del país.»


Entonces les impusieron jefes de tributo laboral que los oprimiesen con sus cargas, y edificaron para el faraón las ciudades almacenes de Pitón y Ramesés. 

Pero cuanto más los oprimían, tanto más se multiplicaban y se propagaban, de manera que los egipcios se alarmaron a causa de los hijos de Israel.

Entonces los egipcios los hicieron trabajar con dureza, y amargaron sus vidas con el pesado trabajo de hacer barro y adobes, aparte de todo trabajo en el campo; y en todos los tipos de trabajo les trataban con dureza.”  (Exo 1:6-14)

Con el correr del tiempo, el gran hombre a quien Egipto debía tanto, y la generación bendecida por su obra, descendieron al sepulcro. Y «levantóse entretanto un nuevo rey sobre Egipto, que no conocía a José.» No era que ignorase los servicios prestados por José a la nación; pero no quiso reconocerlos, y hasta donde le fue posible, trató de enterrarlos en el olvido.

«El cual dijo a su pueblo: He aquí, el pueblo de los hijos de Israel es mayor y más fuerte que nosotros: ahora, pues, seamos sabios para no se multiplique, y acontezca que viniendo guerra, él también se junte con nuestros enemigos, y pelee contra nosotros, y se vaya de la tierra.»
Pero el momento de su liberación se estaba acercando y Moisés era el hombre que Dios usaría para llevar a cabo esa tarea.

«Por fe Moisés, hecho ya grande, rehusó ser llamado hijo de la hija de Faraón; escogiendo antes ser afligido con el pueblo de Dios, que gozar de comodidades temporales de pecado. Teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los Egipcios; porque miraba la remuneración.» (Heb. 11: 24-26.)

Dios escogió a Moisés Para cumplir su propósito. En su providencia el Señor lo puso en el seno de la familia real de Egipto donde recibió una educación cabal; no obstante, no estaba preparado todavía para que Dios le confiara la gran tarea para la cual lo había llamado. No podía dejar abruptamente la corte del rey ni las comodidades que se le habían otorgado como nieto del monarca para llevar a cabo la tarea especial que el Señor le había asignado. Debía tener oportunidad de adquirir experiencia en la escuela de la adversidad y de la pobreza, y ser educado en ella.

Mientras vivía en el exilio el Señor envió a sus ángeles para que lo instruyeran especialmente con respecto al futuro. Allí aprendió más plenamente las grandes lecciones del dominio propio y la humildad. Pastoreó las manadas de Jetro, y mientras llevaba a cabo sus humildes deberes como pastor, el Señor lo estaba preparando para que se convirtiera en el pastor espiritual de sus ovejas, es a saber, el pueblo de Israel.

Mientras Moisés conducía su manada por el desierto y se aproximaba al monte de Dios, es decir, a Horeb, «se le apareció el ángel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza». «Dijo luego Jehová: Bien he visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he oído su clamor a causa de sus exactores; pues he conocido sus angustias, y he descendido para librarlos de mano de los egipcios, y sacarlos de aquella tierra a una tierra buena y ancha, que fluye leche y miel. . . ven, por tanto, ahora, y te enviaré a Faraón, para que saques de Egipto a mi pueblo, los hijos de Israel».
Había llegado el momento cuando Dios trocaría el báculo del pastor por la vara de Dios, a la cual haría poderosa para el cumplimiento de señales y maravillas, para librar a su pueblo de la opresión y  para preservarlos cuando fuesen perseguidos por sus enemigos.

Fuente: www.elevangelioeterno.com
Moisés aceptó llevar a cabo la misión. Primero visitó a su suegro con el fin de obtener su consentimiento para regresar con su familia a Egipto. No se atrevió a compartir con Jetro el mensaje que tenía para Faraón, por temor a que no estuviera dispuesto a permitir que su esposa y sus hijos lo acompañaran en una misión tan peligrosa. El Señor lo fortaleció y disipó sus temores al decirle: «Ve y vuélvete a Egipto, porque han muerto todos los que procuraban tu muerte».


Llegó el momento cuando el Señor iba a responder las oraciones de su pueblo oprimido, para sacarlo de Egipto con un despliegue tan grande de su poder, que los egipcios se verían obligados a reconocer que el Dios de los hebreos, a quien habían despreciado, era superior a todos los dioses.

Los castigaría además por su idolatría y por sus orgullosas baladronadas acerca de las bendiciones que habrían derramado sobre ellos sus dioses inertes.

El Señor iba a glorificar su nombre para que otras naciones pudieran oír algo acerca de su poder y temblaran ante lo extraordinario de sus acciones, y para que su pueblo, al presenciar sus obras milagrosas, se apartara definitivamente de la idolatría y le rindiera un culto sin mácula.

Moisés declaró a Faraón: Jehová, el Dios de Israel, dice así: «Deja ir a mi pueblo para que me celebre una fiesta en el desierto… Permite que vayamos al desierto, a tres días de camino, para ofrecer sacrificios a Jehová nuestro Dios, no sea que nos castigue con peste o con espada… Entonces el rey de Egipto les dijo: Moisés y Aarón, ¿por qué hacéis cesar al pueblo de su trabajo? Volved a vuestras tareas.  (Ex 5:1,3,4).

Ya el rey había oído hablar de ellos y del interés que estaban despertando entre el pueblo. Ya el reino había sufrido una gran pérdida debido a la intervención de estos forasteros.  Al pensar en ello, añadió: «He aquí el pueblo de la tierra es ahora mucho, y vosotros les hacéis cesar de sus cargos.»
En su servidumbre los israelitas habían perdido hasta cierto punto el conocimiento de la ley de Dios, y se habían apartado de sus preceptos. El sábado había sido despreciado por la generalidad, y las exigencias de los «comisarios de tributos» habían hecho imposible su observancia. Pero Moisés había mostrado a su pueblo que la obediencia a Dios era la primera condición para su liberación; y los esfuerzos hechos para restaurar la observancia del Sábado habían llegado a los oídos de sus opresores.

De estos hechos podemos deducir que el Sábado fue una de las cosas en que Israel no podía servir al Señor en Egipto; y cuando Moisés y Aarón llegaron con el mensaje de Dios  trataron de hacer una reforma, lo cual sólo sirvió para aumentar la opresión. Los Israelitas fueron libertados para que pudieran observar los estatutos del Señor, inclusive, naturalmente, el cuarto mandamiento, y esto les imponía la obligación de observar tanto más estrictamente el Sábado, así como la de guardar todos los mandamientos.

En Deut. 24: 17, 18, se menciona su liberación y salida de Egipto como algo que los obligaba en forma especial a manifestar bondad hacia la viuda y los huérfanos. «No torcerás el derecho del peregrino y del huérfano; ni tomarás por prenda la ropa de la viuda: mas acuérdate que fuiste siervo en Egipto, y de allí te rescató Jehová tu Dios; por tanto, yo te mando que hagas esto.»